Nuestra amistad data de muchos años,
desde la niñez cuando corríamos casi desnudos bajo la lluvia y del regaño de
nuestras madres, de cuando soñábamos con ser buenos cirujanos por lo que gorriones
y lagartijas atrapados eran operados con urgencia, o de cuando la vieja
Antonia, la de la casa grande de la esquina, nos peleaba pues se les “perdían”
los mangos de los árboles del patio. Nunca comprendimos el porqué de tanto
alboroto si casi siempre se echaban a perder en el suelo.
Cuántos recuerdos agradables, revivimos Juan Emilio y yo, cuando hace pocos
días nos encontramos en Cienfuegos y nos sentamos en el malecón a recordar el
pasado. Entonces quiso imaginarse qué hubiera sido de él si hace algunos años
el pánico a los tiburones no lo hubiera invadido, lo que unido a la poca
seguridad del bote en que pensaba viajar, evitó que estuviera en el fondo del
mar, o en “el mejor de los casos” a
noventa millas, atraído por los cantos de sirena.
Cerró los ojos y pensó en voz alta: “Tal vez yo fuera rico, muy rico. Un
comerciante o un empresario y viviera ahora en una gran mansión en La Florida, Las Vegas u otro
estado cualquiera”. Imaginó entonces a Emilito, su hijo, montado en un lujoso
automóvil deportivo o de paseo con la novia en la limosina de papá. Lo vio
disfrutar y sonreír feliz desde su hermoso yate o frente a la moderna
computadora o quizás…
El chocar de las olas contra los muros del malecón cienfuegueros hizo
que Juan Emilio abriera los ojos o más bien volviera a la realidad, pero los
volvió a cerrar. Pensó entonces lo que pudo haber ocurrido si en vez de ser
rico, fuera uno de los tantos desempleados que existen allá, sin un dólar con
que comprar un bocado que llevarse a la boca o durmiendo en uno amplios
portales o parques de la ciudad.
Entonces vio a su hijo Emilito, ¡pobre
muchacho!, pidiendo limosnas en las terminales, en los semáforos o en las
grandes y lujosas avenidas. Sintió un estremecimiento por todo el cuerpo al ver
a su hijo integrar una banda que roba en un supermercado y se inyectaba drogas.
Un grito involuntario brotó de su garganta de Juan Emilio. Su hijo Emilito
está sentado en un aula de la escuela y uno de sus compañeritos extrae una
pistola, no de juguete sino de verdad. ¡Sí, no hay duda, apunta a la cabeza de
su niño! Un segundo, tan solo un segundo, y dejará escucharse el estrepitoso
estruendo. No pudo más. Abrió los ojos que parecían querérsele salir de las
órbitas. Gruesas gotas de sudor le surcan el rostro. Me mira y sonríe: ¡Qué
bueno, aún estoy en Cuba!
-
Entradas recientes
Comentarios recientes
Mr WordPress en ¡Hola mundo! roberto en Fútbol, mucho fútbol Julián en Fútbol, mucho fútbol roberto en Fútbol, mucho fútbol Julián en Fútbol, mucho fútbol Archivos
- octubre 2010
- septiembre 2010
- agosto 2010
- julio 2010
- junio 2010
- May 2010
- abril 2010
- marzo 2010
- febrero 2010
- enero 2010
- diciembre 2009
- noviembre 2009
- octubre 2009
- septiembre 2009
- agosto 2009
- julio 2009
- junio 2009
- May 2009
- abril 2009
- marzo 2009
- febrero 2009
- enero 2009
- diciembre 2008
- noviembre 2008
- octubre 2008
- septiembre 2008
- agosto 2008
- julio 2008
- junio 2008
- May 2008
- abril 2008
- marzo 2008
- febrero 2008
- enero 2008
- diciembre 2007
- noviembre 2007
- octubre 2007
- septiembre 2007
- agosto 2007
- julio 2007
- junio 2007
- May 2007
- abril 2007
- marzo 2007
- febrero 2007
- enero 2007
- diciembre 2006
- noviembre 2006
- octubre 2006
- septiembre 2006
- agosto 2006
- julio 2006
- junio 2006
- May 2006
- abril 2006
- marzo 2006
- febrero 2006
- enero 2006
- diciembre 2005
- noviembre 2005
Categorías
- Artistas
- Así hablamos los cubanos
- Computación e Internet
- Conozca a Paraguay
- Curiosidades
- De la sabiduría popular
- Deporte y salud
- Entretenimiento
- Glorias del deporte cubano
- Hobbies
- Humor
- Informática e Internet
- Noticias y política
- Opinión
- Pasatiempos
- Periodismo
- Pincelada de humor
- Polemizando
- Reflexiones
- Refranes
- Salud y bienestar
- Sin categoría
Meta